Todo menos la naranja.

Me encontraba en otra de mis excitantes aventuras en el bar de la esquina, en busca del almuerzo de mi jefa, mirando un sin fin de botellas de licores de todos los sabores descansando en una repisa. Corrección: todos los sabores menos uno. Naranja.
No tengo idea de a quién se le ocurrió elegir dicho cítrico para representar el alma gemela, pero seguro es una historia interesantísima (aunque quizás ronque mientras me la cuenten).
¿Por qué se eligió una fruta como esta, de entre todas las variedades, formas y colores para hablar del verdadero amor? Este fue mi divague mientras esperaba el tostado de queso:
La naranja es una fruta exquisita si está en estación, si es jugosa y viene de una plantación que fue propiamente atendida; de esta manera se puede obtener el mejor y más dulce jugo que nuestras condenadas papilas gustativas van a recibir agradecidas.
En cambio, si dicha fruta es seca y amarga por dentro, se le puede exprimir tanto jugo como a una piedra.
Puede suceder que uno vaya a la verdulería, pida dos kilos de naranjas para jugo y el verdulero mala leche te venda las naranjas más feas del universo conocido y una galaxia muy muy lejana; es un riesgo que se corre y nos vamos a enterar cuando se nos rompa el cuchillo al tratar de cortar esa piedra pintada de naranja. Ahí ya no hay melón que valga, hora de limpiar la juguera y cambiar de verdulería.
Y cuidado con los saborizantes, que no todo lo que tiene gusto a fruta es fruta.
Hoy le declaro la guerra al verdulero fraudulento y le catapulto sus dos kilos de naranja podrida de vuelta al cajón. Si otra (u otro, tengo de todo en esta ensalada de frutas) quiere tomar el riesgo, le aconsejo que mejor intente con las manzanas, por que mejor compota conocida que naranja por aborrecer.








Sigan comiendo de esta ensalada de frutas sin miedo, que tengo mucha más.