jueves, 23 de febrero de 2012

¡Se hizo la luz! Y después vos la cortaste.

Es difícil, lo reconozco, volver a vivir como una unidad después de tanto tiempo de pensar en pares. Uno trata de hacer memoria, acordarse cómo era la vida antes de que Pangea se divida (por que esa es la cantidad de tiempo que percibimos que pasó desde que decidimos cancelar la membresía al club de los solteros), qué se hacía en los ratos libres, qué cueva se pintaba o a qué dinosaurio apostar nuestras piedras en la carrera (no incluye velocirraptors), pero cuesta tanto que parece que estuviéramos tratando de recordar una vida pasada. Es exactamente eso: una vida pasada.
Antes de la desgracia/milagro/mejor-momento-de-mi-vida o como se quiera llamar al día en que atamos el nudo con otra persona, respirábamos, caminábamos, trabajábamos, hacíamos todas las mismas cosas que podemos hacer ahora, y todo el tiempo en nuestras manos era nuestro para hacer malabares o tirarlo al río.
¿No nos acordamos?
¿Y si retrocedemos más en el tiempo, hasta incluso antes de que se nos cruzara por la cabeza hacer equipo con otro humano? Se encuentran cosas interesantes, sueños, ilusiones del futuro o simplemente recuerdos de una vida fluida sin preocupaciones. ¡Dios, qué lindo era eso!
¿De eso tampoco nos acordamos?
Bueno, ¿Y de esos placenteros nueve meses que pasamos en ese habitáculo con calefacción, comida gratis y tiempo para invertir en crecer antes de que se haga la luz? ¿Tampoco?
Si, es difícil recordar. También es doloroso recordar. A veces parece que estuvimos toda la vida con una misma persona, pero si lo pienso por un momento y hago fuerza, estoy casi segura de que no estuvo cuando se me cayó mi primer diente, mi primer día de escuela ni en mis primeros 20 cumpleaños ¡Qué mala persona!





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