viernes, 6 de abril de 2012

De estatuas, plástico y monedas.





Mis fuentes de confianza me acercaron hoy esta imagen que revolucionó mi dormido y levemente alcoholizado cerebro. Muchos dirán que es una loca, otros negarán la veracidad del asunto. Yo digo que es una genia.
Piénsenlo bien, señoras. La estatua nunca se va a ir, nunca la va a abandonar ni engañar. No habrá matrimonio, pero por decisión de esta fémina que quiere disfrutar de otras estatuas al costado (aunque no la apoyo en su filosofía; soy mujer de una sola estatua).

Claro, si no les gusta el frío contacto de la piedra, pueden optar por el novio inflable: cualquier riesgo de abandono se soluciona con un alfiler. Si en algún momento molesta, lo doblamos y lo encerramos en el armario.
Y para las que no les gustan los hinchados, está el buen hombre a batería, transportable, compacto, entra en cualquier cajón o caja de zapatos abajo de la cama. Vienen de todos los tamaños y colores, con luces, con tachas (para las que les gustan los metaleros), y quizás algún día con efectos de sonido que no se asemejen al torno.
Por lo menos sirven de consuelo hasta que se cumplan las profecías cinematográficas inspiradas por Brian Aldiss, desarrolladas locamente por Stanley Kubrick y más tarde terminadas por Spielberg. Si, hablo de los hombres robóticos cuya única función es hacernos felices a las mujeres. O quizás se les adelante la invención de Amanda Palmer y llegue antes el hombre que funciona a monedas, que nos dice que nos ama y piensa en nosotras, directo al grano, como nosotras queremos.
¿Carne y hueso? No hay punto de comparación.






El que piense lo contrario, que arroje la primera piedra. O mejor monedas, prefiero monedas. Gracias por pasar, y vuelva pronto.



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