lunes, 25 de junio de 2012

De hamburguesas y ricota (o "larga vida al pastelero")

Hoy, habiendo terminado de rendir exámenes y haciendo derroche del poco tiempo de inocencia que me queda antes de la fatídica entrega de notas, se me ocurrió ponerme a rememorar y hacer ecuaciones con los diversos efectos que tuvieron las rupturas sobre mi. Desde un punto analítico esta vez, no tanto desde abajo del escritorio comiendo frituras. Como muchas novias patológicas, y como para no perder la costumbre, el factor común resalta por sobre todas las otras reacciones cual bijouterie de feria americana: "¿Qué tengo de malo?", escuché decir, me escuché decir, y probablemente voy a volver a decir una importante cantidad de veces.

Dedicamos tanto tiempo a criticarnos a nosotros mismos por algo que no podemos cambiar o manejar, que no nos damos cuenta si realmente existe un por qué a dicha situación. Que si me puse ropa fea, o no le gustó mi corte de pelo, o mi inclinación política, o mi aliento matutino. Quizás si me hubiera vestido así, peinado asá, usara un filtro al hablar o un enjuague bucal esto no hubiera sucedido. El 99% de las veces, estas cosas no tienen nada que ver. El otro 1% tienen que ver, y en esos casos el perpetrador del sufrimiento se denomina "imbécil obsesivo compulsivo que no es capáz de avisar con delicadeza que se siente a kilómetros la cebolla que me comí de almuerzo".
Incontables veces salimos de un bar con amigas, entumecidas por la bebida, quejándonos del estado civil actual y lo que hubo que pasar para adquirirlo. Una vez, sabiamente, me dijo una amiga estas palabras: "no te sentirías así con una hamburguesa". Y por la hamburguesa íbamos entonces. Mi amiga tenía toda la razón, aunque mi mente tergiversó un poco las palabras: Yo no tengo nada de malo. Yo soy una gloriosa hamburguesa después de unos tragos con amigas. Soy deliciosa, amigable, siempre dispuesta a dar y hacer sentir cómodo al otro. Soy un oasis de brillante carne picada y pan recién salido del horno. Entonces ataca la novia patológica que creímos haber dormido con el alcohol, diciendo "¿Y si era vegetariano?".
Perfecto. Entonces no soy una hamburguesa. Soy un café con leche y medialunas en una mañana fría de sábado. Justo lo que se necesita para empezar bien el fin de semana, con energía, abrigados por el calor de la taza y la dulzura de la bollería hojaldrada. Nadie puede resistirse a la simple idea de dicho festín. Pero por supuesto, la novia patológica se levanta temprano y empieza a inquirir: "¿Es por que me gustan más las medialunas de grasa que las de manteca? ¿Y si no le gustan las facturas? Por ahí le gustaba más la torta de ricota y yo no fui capáz de convertirme en una, y ahora es demasiado tarde para intentar que mis harinas se vuelvan suero lácteo".
La novia patológica que llevamos dentro no va a callar esa vocecita molesta, es su trabajo hacer un rastrillaje de la escena. Lo que se puede hacer, y que puse en práctica para no volver abajo del escritorio y convertirme en Gollum, es gritar más fuerte de lo que ella puede hablar. Se grita lo que sea que nos distraiga, que nos haga sentir bien. Se grita una canción, se grita una frase. Se grita el pedido de medialunas de grasa en la panadería.




Se reciben, como siempre, sus silenciosas y/o estruendosas sugerencias. Larga vida al pastelero.



2 comentarios:

  1. Jaja.. me encanto !! Me reí mucho ! Todas las notas están barbaras ! Carla

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