miércoles, 6 de junio de 2012

Ray de corazones.


Hoy es un día sumamente triste. El universo decidió llevarse parte de la magia que nos prestó durante 91 maravillosos años, pero nos dejó el corazón lleno de amor y sueños.
Uno de los más grandes amores de mi vida partió hacia la eternidad, o como me gusta pensarlo, se fue a charlar y tomar el té con Isaac Asimov sobre un cometa. Ray Bradbury, durante toda mi vida en la que mi corazón se rompió y se recompuso innumerables veces, en que tomé hasta la inconsciencia del vino del estío, me senté debajo del árbol de las brujas a comer un glorioso pancho y, gracias a la influencia de dicha bebida, mi lengua creía estar saboreando las doradas manzanas del sol; en que, en este carnaval oscuro, salí con tanta gente del otoño y llegué a planear un casamiento con el hombre ilustrado (y, en consecuencia, comencé a escribir estas crónicas marcianas), siempre estuviste ahí para sostener mi alma e impulsarla al cielo, al espacio, a todos lados.
Fuiste y siempre serás para mi una de mis más poderosas maquinarias de la alegría, y este día parece que va a llover para siempre. Aún así, cuando sienta que algo malvado (o maravilloso) se acerca por este camino, sé que vas a seguir ahí, en mi mesita de luz, mucho después de medianoche como un remedio para melancólicos, para brindarme todo el amor que compartiste conmigo y con el mundo.
Te amo Ray, hasta siempre.



Gracias nuevamente por acercarse, hoy abracemos un libro de Ray en su memoria (no los pude esperar, lo tuve que hacer apenas llegué a casa).

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