Me pasa algo extraño a veces, cuando corto con una pareja. Algo así
como que se detiene el tiempo, y por más que hayan pasado meses o años, esa
persona queda en mi memoria tal cual la vi por última vez. Esto quiere decir
que en mi memoria es un hermoso y recién-soltero hijo de puta. Lo cual
representa un gran problema que no me planteo hasta que la realidad me toca el
timbre y me pega una piña en la cara. ¿Cuál es el problema?
El ex se puso de novio.
El hijo de puta siguió con su vida, y nunca recibí la notificación. ¿Cómo
se atreve? Te podés enterar por medio de amigos, por medio de internet o por
medio de stalkearlo, pero sea como sea siempre se siente como una traición. Y
esa traición trae consigo la seductora curiosidad de ver cómo es esta
desubicada que tuvo las agallas de meterse con un hombre soltero y sin
compromisos (asumimos).
Primero me digo a mi misma: “pff, no me importa cómo
es, que se lo quede, lo superé, estoy por encima de estas trivialidades”, y
puedo bloquear esa curiosidad por un tiempo hasta que a alguien se le ocurre
decirme algo que me remite al tema (que puede ser desde un “el otro día me
crucé con tu ex” o “banana”, cualquier cosa me sirve para habilitar la locura)
y me disparo a la computadora para revisarle el Facebook a La Usurpadora desde la foto de portada hasta que me aparece el día
en que nació. Horas de trabajo detectivesco que resultan en un festín de
críticas: “¿Qué le ve a esta? Yo soy más linda ¡Qué aburrida, sube puras
cadenas genéricas!”. Y no importa si es profesora de yoga con un cuerpazo de
morirse y tiene un título en neurociencia, sé que mis amigas van a decir que es
fea y tiene cara de hueca, y voy a estar de acuerdo; pero a nivel inconsciente
me voy a estar comparando horrorosamente, y por días ilimitados.
Un día, de la nada (supuestamente), decido cambiar mi naturaleza
sedentaria y me anoto en un gimnasio. Me pongo a dieta, me compro ropa, me
corto el pelo, decido salir a lugares nuevos y me creo que nada de esto tiene
que ver con el hecho de que hay una fémina dando vueltas por ahí que se cree
mejor que yo (y lo más factible es que la pobre desgraciada no tenga idea de mi
existencia, pero no importa, esto es entre esa
zorra y yo). Pero paso a paso, más o menos para el momento en que mi
tarjeta de crédito revienta y mi ensalada pasó a tener como ingredientes
principales una hamburguesa con queso cheddar y papas fritas tamaño familiar,
me doy cuenta que nadie más que yo está siguiendo esta competencia. Es más, nunca
hubo otra persona en ella, y el único beneficiado fue el dueño del gimnasio que
obtuvo meses de ingreso salarial en los cuales usé –como mucho- tres veces las
instalaciones hasta que me cansé incluso de caminar hasta allá.
Entonces entiendo que el espejo no es mi enemigo, que el mundo sigue
girando aunque sienta que el pasado me tiene atrapada entre los dientes, y cada
gramo de mi es más valioso que todas las lágrimas que derramé por un amor que
ya no tiene lugar en el presente. ¿Y para qué vivir en el pasado? El pasado no
tiene novedades, el futuro está lleno de sorpresas, y mi vida es un sinfín de
posibilidades, igual que cada uno de los que sufren porque se les hizo añicos
el corazón; nos convertimos en artistas, y cada vez que se nos rompe hacemos
una obra de arte nueva con los pedazos que quedaron. Somos bellos, sin
necesidad de compararnos con nadie, y mejoramos con cada día que decidimos
salir y ser nosotros mismos.
Abierto las 24 horas para armar este rompecabezas de ser una Novia
Patológica. ¡Salud!
Jamás me pasó lo que describes, pero me gusta tu manera "humorística" de plantearlo, y que la conclusión final sea que, en realidad, cada persona es en la vida del otro una experiencia única, incomparable. :)
ResponderBorrarAlgunas personas entienden eso de buenas a primeras y otras, como las Novias Patológicas, lo entendemos después de tres kilos de helado y una película de Ryan Gosling. Pero lo importante es darse cuenta, estar bien y mantener el humor :)
Borrar¡Gracias por leer!