El tiempo es
sabio. Mi mamá ha sostenido ese pedazo de conocimiento desde que tengo memoria,
y nunca le quise creer. Claro, ningún adolescente va a creerle a sus padres que
ellos saben más, ya que esa edad está caracterizada por los sentimientos de inmortalidad, invencibilidad e
impermeabilidad ante la fertilización (y qué mal que nos salen todas). Pero a
medida que uno se va poniendo grande y va ganando experiencia, empieza a
aceptar de a poco esas perlitas contra las que tanto luchábamos en la juventud.
Viendo para
atrás, ahora que las canas no me dejan mentir (pero la tintura me hace la gamba)
me doy cuenta de que llevé toda la vida la misma filosofía con respecto al
amor, sin siquiera plantearme el porqué de mis creencias. Es casi imposible que
uno se de cuenta de su propia patología, pero muy fácil ver y juzgar la de los
demás. Por ejemplo, he visto gente seguir filosofías del amor egoístas,
inconvenientes para sí mismos e incluso destructivas. Síganme por aquí por
favor para ver unos cuantos ejemplos.
He aquí una
filosofía altruista del amor: ¿Quién no salió alguna vez con ese tipo errante
que mientras nos amaba iba por la vida amando a toda la que se le cruzaba? ¿Y
por qué lo juzgamos tanto? Pobre hombre, era todo un solidario. Como María
Teresa de Calcuta no podía ver una boca sin alimentar, este cristiano no podía
ver un agujero sin llenar, que es casi lo mismo, ¿no? Paren la crucifixión, a
ese santo hay que canonizarlo.
Si vemos
ahora a nuestra izquierda, tenemos al adepto de la filosofía más ortodoxa del
amor: Ese que te ama desde lo más profundo de su ser, sigue tus pasos a donde
sea que vayas y cada tanto te hace una ofrenda atrás de un arbusto mientras te
admira con sus binoculares de visión nocturna. Ese amor tan incondicional que sobrevive las
distancias, las órdenes judiciales y una que otra patada al escroto. Lo
tratamos tan mal y con tanto miedo cuando lo único que quiere es admirarnos, y
conseguir un mechón de pelo o, en preferencia, unos metros de nuestra piel para
su altar casero.
Tenemos por
aquí colgada en su jaula a la más complaciente: La virgen, la más sacrificada
de todas, la inmaculada. La mujer que contra viento y marea concede todos los
caprichos de su amado en pos de su felicidad. No importa lo que sea, si lo que
quiere está en la punta del Monte Everest en la tráquea de un dragón con
gastroenteritis, entonces ahí nos vamos a dirigir, y sin esperar nada a cambio.
¿Querés un juego de billar de oro maciso? Yo te lo consigo. ¿Querés salir a un cabaret
el día de nuestro aniversario? Por supuesto, mi amor. ¿Querés trapear el piso
con una mopa hecha con mi pelo y mi vestido de novia? Ya mismo me rapo.
Y en este
punto del recorrido por el museo de las desdichas es donde no entendí nada. "Señora,
lo que estoy viendo acá no es una jaula, no es una virgen y no es una infelíz.
Es un espejo. ¿Qué clase de estafa es esta?" Y ese pensamiento quedó flotando en
la nebulosa de la negación hasta que los años me dijeron "bueno, acá se terminó
lo que se daba. O me revertís esta situación o te doy celulitis". Señoras y
señores, no sé ustedes pero me parece que es más fácil enfrentar los hechos que
hacer dieta. Lloraré un rato abrazada al pote de helado mirando fijamente mis
glúteos, pero esto lo resuelvo o lo resuelvo. Si me quieren acompañar, son
siempre más que bienvenidos.
Gracias por
acompañar, sigan participando. ¡Salud!
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