miércoles, 13 de febrero de 2013
No es fácil ser un sorete.
Pongamos un poco de perspectiva. En vez de poner el cuello al aire para que nos rebanen la cabeza, vamos a mirar con los ojos del verdugo, por que de alguna manera dicho personaje subió jerarquías hasta llegar a ese puesto (si, cortando cabezas). Por que hay que admitir que no es fácil ser un sorete.
Mientras lloramos sobre nuestro kilo de helado, hay un sorete incomprendido ahí afuera sintiendo sus orejas entrar en combustión. Nosotros los despechados repartimos un "qué sorete" por aquí, un "no entiendo por qué hizo esto" por allá, "probablemente se está riendo de mi dolor" más a la izquierda y "ojalá que lo penetre un caballo con sobredosis de viagra" por dónde quede espacio.
¿Y el sorete? El pobre, pobre sorete llegó a su nivel de residuo intestinal de alguna manera. ¿Ex pareja que lo lastimó? Seguro. ¿Problemas con uno o ambos progenitores? Altamente probable. ¿Indecisión acerca de su inclinación sexual, preferencia por animales de granja o frutos? No sabemos, pero por las dudas vamos a decir que si.
El sorete tiene su propia historia de vida en la que consciente o inconscientemente se apoya para cada acción que tome en el área que más le parezca. Es posible que si uno intentara las mismas técnicas que éste, no le salgan con la facilidad y perfección que le brindaron la experiencia y la falta completa de escrúpulos. Recuerde que para ellos es quitarle un dulce a un niño, mientras para nosotros es una pregunta existencial que pone en perspectiva quiénes somos y por qué estamos aquí el solo intentar estirar la mano para arrebatar impunemente el chupetín en cuestión, para luego vaciar nuestros bolsillos en total arrepentimiento y firmar un cheque en blanco para el ni-siquiera-damnificado.
Pero pobre sorete, seguro la vida le pateó el escroto en algún momento, dejándolo sin el material interior que lo hace hombre, y por eso se porta como un excrementicio. Y si se trata de una fémina, probablemente se le cayó todo el pelo y lo ve como razón suficiente para volverse un supervillano.
Entonces, en perspectiva: la inmundicia de la que hablamos no aprende de sus experiencias, su cuerpo no puede procesar sus errores y/o los errores ajenos, no posee un gramo de empatía, es cornudo, está enamorado de su padre, no sabe para qué arco patear y mientras trata de enterrar sus dudas existenciales pasa la noche en el establo con Mr. Ed y una sandía agujereada. Y además, es pelado. ¿Quién es la verdadera víctima acá? Nosotros podemos prenderle una velita a Santa Frígida (santa protectora de los despechados, promotora del amor sin límite en sábanas limpias) y agradecerle por ser humanos con todas las letras, capaces de vivir sin decapitar a otros, portadores de cabelleras abundantes y movimientos intestinales normales, por que los soretes humanos no tienen tránsito lento, directamente no los expulsan.
Gracias por acompañarnos en este escatológico post. Se siguen recibiendo contribuciones literarias.
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