martes, 11 de diciembre de 2012

Cómo usar un menú (o "sopa de mosca")

Puede ser que en el momento no nos demos cuenta, pero a veces las personas pecamos de conformistas sentimentales.
Si lo pensamos en términos gastronómicos (como tanto me gusta hacerlo), cuando vamos a un restaurante con el estómago vacío y la cabeza llena de dudas que nos impide decidir qué plato del menú nos llama más la atención, la presión de los otros comensales que saben qué quieren y lo quieren ya, sumado a nuestro miedo de morir de inanición, nos llevan a malas elecciones.
Sopa. Pedimos la sopa del día. Sabemos que la sopa no va a saciar el hambre, solo distraerla por un limitado tiempo para luego volver como si nada hubiera pasado por el estómago.
Sabemos que nuestros estómagos piden a gritos algo con consistencia, que la lengua pueda palpar y darse cuenta de que está ahí, con sabor duradero y no que pase sin pena ni gloria cual líquido traicionero; pero la sopa era la solución rápida y fácil para que nuestros compañeros de mesa no nos lancen cubiertos, y la bestia estomacal deje de gruñir.
Sin embargo, los instintos asesinos se calman cuando vemos llegar al mozo, que deposita el plato frente a nosotros.
Y lo vemos, pero no lo queremos ver. Después de tanta espera y anticipación, vemos una mosca en la sopa, y en honor al conformismo que llevamos envuelto en una capa de falsa aceptación, nos decimos "me encanta la sopa de mosca".
Esto no nos lo podemos permitir ¿Por qué tomar sopa de mosca cuando tenemos ante los ojos un menú dotado de opciones jugosas?
Si bien esto no nos exime del riesgo de comer algo que nos caiga mal, no nos guste, nos de alergia o arcadas, o incluso que el mismo plato no quiera ser comido por uno, tenemos el derecho como clientes de elegir lo que queramos comer sin presiones internas o externas; y si el plato que queremos se acabó, seguro hay otro en el menú que nos puede gustar. O podemos cambiar de restaurante, o bien podemos quedarnos en casa y pedir una pizza. La cuestión es que la opción es nuestra, no la podemos resignar por no querer esperar, por querer acallar con rapidez los instintos básicos, por una sopa, una mosca o pan duro. Para este hambre no puede haber pan duro, a menos que eso sea lo que realmente el estómago y las papilas gustativas estén pidiendo. Nos tomamos el tiempo necesario para elegir, degustar y digerir. Pase lo que pase, el postre siempre llega, y con el la alegría azucarada.


¡No te enojes, mamá, es todo una metáfora, tu sopa es riquísima! Gracias por pasar, volver, quedarse, comentar, compartir. Sean todos bienvenidos.

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