jueves, 4 de octubre de 2012

De disfraces y cuchillos.


Una persona va por la vida cruzándose a muchas otras a su paso, muchas veces sin saber de abajo de qué piedra salieron. Un porcentaje de esa gente va a tener la habilidad de hacernos sentir bien y que vamos por buen camino, mientras que la otra posee la igual de importante habilidad de levantar dicha piedra por sobre su cabeza y aplastar al prójimo con esta. ¿Por qué lo hacen? Vaya usted a saber ¿Y cómo me doy cuenta de quién es quién?

Pensamos que si la vida fuera una fiesta de disfraces sería más fácil: ahí está Drácula, el chupasangre que hace lo suyo y se va volando cual alado roedor ciego; ahí contra la pared está la momia, está muerto por dentro y se tapa para no espantar a la presa con sus hediondos interiores; contra la barra, con la lengua en la garganta de la Mujer Maravilla, está Superman, cuyo ego solo es visible (para el mismo y para los demás) cuando se pone los calzoncillos por arriba del pantalón, pero puertas adentro del diario Planeta es otro hijo de vecino que se acobarda cuando Lois Lane se le acerca; y  la Mujer Maravilla que todos idolatran porta un delirio existencial en el cual cree ser la princesa de las amazonas y, en la primera de cambio, Superman se verá atado a una silla con el lazo de la verdad (o lo que ella crea que es la verdad ¡Buena suerte, Superman!). Curas, colegialas, animales, todos esconden y muestran algo cuando se disfrazan, verdades y mentiras desplegadas a los ojos del que quiera ver. También está el que no se disfraza, por la razón que sea, y se gana la desaprobación de la jungla de cotillón, por que ¡Por favor! ¡Es una fiesta de disfraces! Quizás está disfrazado de pelotudo y por eso tiene puesta tu ropa de civil, Drácula.
Eventualmente la fiesta llega a su fin y las caretas se caen. Desearíamos que la humanidad fuera tan fácil de identificar una vez volvemos a la rutina, pero en el fondo sabemos que de esta manera sería aburrido y altamente decepcionante. 
Hay gente que puede permanecer años en nuestras vidas con la careta puesta, hasta que nos empieza a picar la espalda y nos damos cuenta de que en el abrazo que nos dieron habían hundido un cuchillo. Aquí es cuando nos damos cuenta de la importancia de esta gente y su habilidad destructiva. 
De todas las experiencias se aprende algo, como bien dicen las abuelas, las tías, las madres. No vamos a dejar de tratar con gente por que una, diez o cien tienen afición por los juegos de cuchillos Jinsu, ni vamos a desmerecer las vivencias que pasamos con ellos, por que gracias a eso ahora sabemos qué queremos, o al menos que no queremos de nuevo. Y, para agregar otro dicho conocido a nuestra fiesta de disfraces, nadie nos quita lo bailado. ¡DJ, que vuelva la música!


Como siempre, todo lo que se quiera compartir es bien recibido. No se olviden de seguir bailando, la música nunca se termina.


2 comentarios:

  1. A fin de cuentas para ciertas cosas no se puede confiar en nadie mas que en uno mismo... quien fue esta vez el del puñal, ex, amiga/o, ex amiga/o?

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    1. Es cierto. No le confiaría a nadie hacerme un sanguche. Por que NADIE lo puede hacer tan perfecto como yo.
      Esta vez fue mi abuela, que me quiso hacer un sanguche sabiendo mi política sanguchística. No le hablo desde entonces, vieja traidora. Ya saben, si me quieren mandar comida, sanguches NO.

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