jueves, 24 de diciembre de 2015

Patológica Navidad





  
  Cuando era chica y se acercaban las fiestas, me encantaba salir a pasear y mirar las vidrieras de los negocios decoradas con regalos preciosamente envueltos, e imaginar qué podían tener adentro. Las posibilidades eran ilimitadas en mi cabeza – penosamente limitadas en mi bolsillo. ¿Una muñeca? ¿Un rompecabezas de ochocientas millones de piezas? ¿Un metabolismo que me mantenga flaca para siempre? La idea era sumamente poética en esa época, pero no tan virtuosa en mi vida adulta cuando apliqué la misma fórmula con mis parejas.


  De grande hice del año entero navidad: fui por la vida enamorándome de paquetes hermosos por fuera, muy bien presentados, y sin siquiera mirar adentro me imaginé que estaban llenos de cosas geniales. En algunos casos ni siquiera me tomé el tiempo de abrirlos, y me quedé con la imagen que mejor me parecía, para después sufrir profundas decepciones si no contenían lo que yo esperaba. Algunos estaban rellenos de carbón –oscuro y áspero; otros estaban vacíos. Algunos, simplemente no tenían adentro lo que yo quería, sino otra cosa, que no supe apreciar. A los que más me dolieron los llené con mis propios tesoros, les di lo mejor de mí, lo más valioso que poseía (cosas materiales e inmateriales, como ser mi libro favorito, mi mejor tanga, mi amor propio y mi confianza absoluta), para después verlos ir a sentarse debajo de otro árbol de navidad, y mi árbol quedaba solo y meado por todas las voces que me dijeron “te lo dije”.

  En el correr de los años, mi caja de regalo se fue llenando de varias cosas, se fueron cayendo otras, y algunas fueron reemplazadas y/o modificadas. El papel de regalo que me pongo depende solo de mí y lo que yo quiero que sea, y decidí no quedarme en la vidriera esperando que alguien se apiade de mí y me lleve a su casa; tampoco compro lo primero que veo, y me tomo mi tiempo para ver lo que tiene adentro, y entendí que cada uno está compuesto por un montón de cosas, buenas y malas, que cada pieza nos hace lo que somos y hay una historia atrás de cada una. Un buen fuego está compuesto de carbón, y del carbón salen los diamantes. Todos tenemos la capacidad de cambiar y mejorar, de aceptar y ser aceptados como somos, y sobre todo de quererse a uno mismo, respetarse, y seguir adelante a pesar de los golpes y las pérdidas. Pese a que el panorama se vea negro-carbón en un momento de la vida, y te rompan tanto que sentís que es imposible armarse de vuelta, todo va pasar, todo puede mejorar, no hay que darse por vencido. Les deseo felicidad.





Felices fiestas patológicas para todos. Que tengan el mejor momento de sus vidas, y que sea recurrente. ¡Salud!

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