martes, 16 de julio de 2013
De regaderas y taxis
Si algo nos enseñó la industria cinematográfica de los años '90 es que si un vecino se muda o alguien nuevo se instala en nuestro barrio es por que está huyendo de un desamor, o de un homicidio (opciones no necesariamente excluyentes). El final es siempre el mismo: aunque el ex vuelva hecho una regadera de lágrimas y arrepentimiento, el protagonista ya rehízo su vida con un nuevo amor. Desgraciadamente los guiones de nuestras vidas no están tan magistralmente trazados; lo más común es que uno se siente en el piso de su casa nueva sin poder deshacer las cajas de embalaje mientras el ex, totalmente ajeno al sufrimiento paralizante de uno, riega las plantas con agua 100% libre de culpa. Y por cómo está la economía, "la casa nueva" puede traducirse a "la casa de mis padres".
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