Puede ser que en el momento no nos demos cuenta, pero a veces las personas pecamos de conformistas sentimentales.
Si lo pensamos en términos gastronómicos (como tanto me gusta hacerlo), cuando vamos a un restaurante con el estómago vacío y la cabeza llena de dudas que nos impide decidir qué plato del menú nos llama más la atención, la presión de los otros comensales que saben qué quieren y lo quieren ya, sumado a nuestro miedo de morir de inanición, nos llevan a malas elecciones.
Sopa. Pedimos la sopa del día. Sabemos que la sopa no va a saciar el hambre, solo distraerla por un limitado tiempo para luego volver como si nada hubiera pasado por el estómago.