Cuando uno es chico y comete un error, los progenitores ponen el grito en el cielo y nos mandan al rincón en penitencia; media hora después, estamos correteando por el patio, jugando con nuestros juguetes, error cometido ya formando parte del pasado.
Cuando uno es grande, un error cometido es un arma que dispara culpa y vergüenza, con años de municiones, en manos de todo aquel que haya presenciado el hecho y/o escuchado el rumor.
Uno puede estar caminando tranquilo por la calle, pensando en lo cara que está la carne y la inminente necesidad de abastecerse de tampones, o estar en una fiesta, cordialmente presentando sus papilas gustativas con las de otro ser humano igual de educado cuando de repente siente el disparo salido de vaya a saber dónde: