Si bien, como buenas novias patológicas, nos gusta ponernos en el lugar de la víctima y gritar "¿POR QUÉ ME HACÉS ESTO, DIOS?" a los cielos, la tierra y al señor que nos abre la puerta de salida de cada bar que visitamos (al taxista también si todavía tenemos las energías), no podemos mentir ni obviar el ciclo natural de los papeles que nos asigna este teatro que llamamos "relaciones". Cabe aclarar que esto no es tarea exclusiva del azar, nosotros elegimos en qué sombrero poner nuestro nombre y para qué obra presentarnos, pero una vez que lo hacemos estamos supeditados al personaje que nos toca. La obra se va escribiendo en el acto, siendo una suerte de improvisación, por lo tanto no sabemos a qué atenernos, hasta que acto tras acto los personajes se van definiendo y tomando una forma más fácilmente identificable para público y actores por igual.